jueves, 24 de junio de 2010


"Si ella moría...Siempre se detenía allí. Había decidido no pensar en eso, no ponerse en ese caso porque era como llamar a la desgracia. Se concentraba, en cambio, en enviarle energía positiva; era su forma de ayudarla. De súbito, un ruido interrumpió sus pensamientos." Isabel Allende, La ciudad de las Bestias.

Le llevó un tiempo darse cuenta de dónde provenía aquel sonido: su mente lo había llevado tan fuera de sí que había olvidado arrancar el auto apenas cambiaron las luces del semáforo. Una bocanada de aire fue suficiente para calmarse un poco, al menos por el momento, y coordinar sus movimientos para seguir manejando. Lo que menos necesitaba ahora era una multa...
Ni siquiera sabía hacia dónde se dirigía; en su momento, subirse al auto y manejar lejos de aquellos lugares que le recordaban a ella fue todo lo que se le ocurrió. Parecía una buena idea, mantener su mente ocupada. Pero, como él bien había escuchado una vez, no importa cuán lejos uno se vaya, no se puede huir de los problemas y mucho menos de uno mismo. Ahí estaba él: más lejos, y más cerca que nunca.
Golpeó el volante. Cada minuto que pasaba lo torturaba más y más, como si salvarla estuviera en sus manos. En su desesperación, había consultado cuanto libro pudo, sumado conocimientos sobre tratamientos alternativos, medicamentos, cuidados especiales...Pero la solución no aparecía, y los médicos tampoco parecían tenerla. Las lágrimas de rabia seguían emergiendo, acompañando a la frustración que nunca se iba.
Él le había prometido que siempre la iba a cuidar, sin importar qué pasara...Pero no fue hasta que ella sufrió aquel ataque, que se dio cuenta que ciertas promesas no se pueden cumplir. Ahora el asunto iba mucho más allá de él. Comenzó a odiarse a sí mismo, criticando la enorme cantidad de tiempo que estaba perdiendo mientras ella moría, y entonces condujo de regreso. Esta vez, sus estudios no servían de nada, ni los premios académicos ganados, ni su promedio excelente, ni su fama de hijo prodigio. Porque frente a esta situación, era irremediablemente impotente.
El tránsito estaba totalmente estancado, los bocinazos constantes retumbaban en su cabeza...Y sus mejillas, aun más pálidas de lo normal, seguían mojadas por las lágrimas. Sus pecas resaltaban de manera increíble con tantas nubes en el cielo, y sus ojos azules reflejaban su tristeza. Y ella era casi igual a él, con más pecas y facciones que marcaban su juventud, pero tan hermosa, y dulce, y frágil...Otro golpe de rabia contra el volante. ¡¿Qué iba a hacer él sin ella?!. No concebía su vida sin esas cosas que le proveía y que lo llenaban de felicidad. No...no la podía perder...
Por fin llegó al hospital, aquel lugar en donde había pasado su último mes. Estacionó, respiró hondo, se secó las lágrimas y bajó del auto. Si parecía que había estado llorando, su mamá se iba a alterar muchisimo y él no quería que eso pasara, así que trató de poner su mejor cara mientras subía por el ascensor. Al abrirse la puerta en el octavo piso se chocó de frente con su mamá, quien tenía los ojos llorosos y lo abrazó con todas sus fuerzas.
- ¿Qué pasó?. - le preguntó él - ¡Má! ¡¿Qué pasó?!.-
Estaba paranoico y no sabía qué pensar. Entonces su mama le dijo al oído.
- Ella...ella...sus ojos...me miró...estaba despierta...-.
Comenzaron a llorar los dos juntos, pero esta vez, de felicidad. Su hermana iba a vivir.

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