
La sangre corre. Cuatro paredes llenas de silencio, y vos y yo enfrentados, cada uno apoyado en su propio territorio. Te miro con odio, sacando hacia afuera todo mi desprecio. Pretendés estar herido, y cuando te ignoro me clavás un puñal por la espalda. Te vengás, tembloroso pero triunfante, y sonreis con maldad. Tus expresiones me llenan de rabia, pero me consuela tener un buen contraataque. Voy gritando uno por uno tus defectos, tus errores y, desorientado, no podés contestarme. Esta guerra es mia: vos iniciaste el ataque y yo te demostré que de cobarde no tengo nada.
Ahí adelante estan nuestros corazones, juntos y a la vez separados, rotos, irreconocibles...Yo no quiero robar el tuyo ni vos el mio, hace tiempo que nos cansamos de eso. Y tampoco queremos movernos de donde estamos, por miedo a que el otro aproveche un mínimo momento de distracción.
Seguís sin contestarme, sé que por dentro estás buscando la manera de herirme, pero no te diste cuenta: es imposible que me destrozes aún más. Lo único que me mantiene en pie es el coraje de pelear por mí misma. Lo único que te mantiene en pie son las ansias de hacerme desaparecer.
Te sostengo la mirada, y te demuestro cuan fuerte soy. Y lo logro, hasta que caminás, entre la sangre, entre los corazones rotos, hacia mi. Venis con odio, con rabia, con rencor...y me besás. Con tus manos en mi cara, me tenés atrapada y no logro quedarme inmovil. Finalmente, te respondo los besos con alivio...Pienso qué decirte cuando nuestras bocas se suelten pero no logro poner un solo pensamiento en su lugar. Con los ojos cerrados, disfruto de cada toque de tus labios, y en mi mente (ahora si) sólo surge un pensamiento. Basta, esto se termino, no quiero pelear más...
Alejás tu boca de la mía y, aun con los ojos cerrados, me preparo para declararte mis sentimientos mezlcados. Abro los ojos, y vos no estás. El horror y la angustia corren hacia mi, y ahí me quedo. Con la sangre derramada, con las cuatro paredes silenciosas...
Entre besos y tiros, te llevaste tu corazón y el mio.